
140
caracteres no sirven para poder explicar lo que me sugiere este nuevo palabro
impronunciable, que esconde tras su casi onomatopéyica flatulencia, una
peregrina idea: una plataforma de micropagos para creadores de contenido
online. Asignas una cantidad, haces click en varios de los elegidos, y ellos
recibirán una fracción de esa donación. Así, tan bonito y molón. Queda chulo darle unos céntimos a ese que
escribe cosas que gustan, o lleva el peso del podcast que escuchas. Todo
perfecto: paga quien quiere, a quien quiere. O al menos, al que quiere de los
que estén apuntados a Flattr. Porque a mí me puede gustar mucho el Podcast “El
Hacha Ensangrentada” pero si su creador no ha puesto la mano, pues no puedo
donarle. Corrijo: No puedo donarle a través de Flattr, que es la moda. Pero sí
que puedo hacerle llegar mis felicitaciones por su trabajo, e incluso ponerme
en contacto con él para hacerle llegar pasta si de verdad flipo pepinillos con
sus audios. Incluso sin ir más lejos, podría, si paso por su ciudad, quedar con
él, conocerlo en persona e invitarlo a comer. Pero claro, una buena pata de
cabrito no sirve para que se compre los videojuegos que reseña, los juegos de
mesa de los que habla o los billetes de tren para viajar a lugares remotos en
busca de la exclusiva.
¿Porqué está haciendo furor Flattr? Pues porque antes, cuando ponías un
botón “dame pasta” en tu blog, teníamos que justificar el porqué. Nadie lo
hacía y quedaba como feo eso de pedir dinero a la gente, aunque fuera sin
compromiso. Te perdías en disculpas y explicaciones del tipo: “llevo veinte
meses currando en esto, apiádate de mi trabajo y dame tu pasta si te gusta”.
Todo ese rollo. Ahora con Flattr no necesitas justificarte: Eres un CREADOR,
así, con mayúsculas, y como tal, perteneces a ese Olimpo de elegidos cuya
misión en la vida es hacer feliz a los demás. ¿No es justo que te paguen por
ello? Ya lo dice la web Flattr: Todos en Internet somos creadores. Olé. Tú eres
músico, el otro es escritor, el de más allá, pintamonas. Todos creamos. Pero
ahora, además, podemos cobrar por ello.
Yo
sonrío al recordar cuántas veces los románticos de la literatura hemos
mencionado los juegos olímpicos de la antigüedad, donde los atletas se batían por
una corona de laurel, y la gloria. Cuánto hemos despotricado acerca de los
objetivos materiales en toda creación artística. Entendíamos (yo al menos) que
la primera necesidad de un autor es un público: alguien a quien dirigir tu
mensaje. A veces, ese público es una mujer de recuerdo doloroso, en otras
ocasiones, una comunidad especializada que busca información o diversión. Pero ese
público que no podemos ver, y que presuponemos que nos lee, es simplemente una
excusa para justificar nuestra actividad: quien escribe, lo hace por motivos
exclusivamente personales. Lo mismo que el que aporta información o vuelca sus
conocimientos en pro de los demás. Obtiene, con su trabajo, la primera de todas
las recompensas, el alimento de su ego, su propia autosatisfacción. Ya decía
Larra que no escribimos para los demás, sino para nosotros mismos: y lo
demostraba argumentando que cuando los demás dejan de interesarnos, dejamos de
escribir.
¿Qué tiene todo esto que ver con Flattr?
Pues que a partir de ahora, quiero ser recompensado por lo que aporto:
No me digas que no. Si no te importaran esas recompensas, si no quisieras (o te
diera igual) que te pagaran, no pondrías el botón de donaciones en tu site. Por
lo tanto, quieres ser pagado. Y eso me hace creer que crees que mereces ese
dinero. ¿Lo mereces? Me dirás que eso lo deciden las demás personas, con sus
aportaciones. Si te pagan, será que lo mereces.
Pero yo tengo miedo. Tengo miedo de ese abandono progresivo del esfuerzo
en que nos movemos: tengo miedo de la comodidad del “click” a la hora de
premiar, en lugar de escribir una carta de agradecimiento o un comentario en tu
página. Es cómodo suscribirse con unos pocos de euros y pagar simultáneamente a
todos los que sigues y lees. Incluso es cómodo para la conciencia, porque así
no te sientes un “lurker”, un mirón sin escrúpulos que consume sin pagar. Si
resulta que llevo años leyendo a Manolito, y ahora me pide dinero…¿no es
correcto que se lo dé? “No te digo que te vistas, pero ahí tienes la ropa”. Y resulta que Manolito no me pide palabras, ni
comentarios, ni críticas. Me pide dinero. Y medirá su éxito en euros.
Dinero
tendrás. Pero en lugar de donarlo a través de Flattr, voy a meter mi donación
en un sobre: Estimo una media de un euro por persona y sitio, porque no sobra
el dinero y nuestros gustos son muy amplios, hay mucho donde repartir. Luego,
voy a ir a tu casa, te daré el sobre con el euro (o con algunos céntimos) y te
diré, mirándote a la cara: “Me encanta como escribes, te leo todas las noches.
Aquí tienes ochenta céntimos, para que con los ochenta que te daré el mes que
viene, te tomes un café”. Si no
existiera este invento de Flattr para hacer ese pago sin mirarte a los ojos,
posiblemente te sentirías ofendido. Porque, ya que pides dinero por tu
creatividad, supongo que también sabrás valorarla: no se puede pedir dinero sin
poner un precio. ¿Cuánto vale tu artículo? ¿Cuánto crees que es justo que te
dé? Dímelo, para no quedarme corto o pecar de generoso.
No,
no me gusta Flattr. No me gustan los
comentarios que he leído en Twitter, sugiriendo a ciertos blogueros que
participen de esta iniciativa (¿porqué ellos? ¿Tener más visitas o actualizar
el blog con más frecuencia te hace mejor candidato a que te paguen? ¿No vale lo
mismo el blog de alguien que, una vez al año, comparte un juego print and
play?).
Tampoco me gusta porque ha habido un amigo que ha roto el fuego de la
demanda de dinero, pero lo ha hecho de cara, con las explicaciones
tradicionales de las que antes hablaba: “necesito dinero”, ha dicho sin tapujos.
Y ha habilitado un botón para donar. Con un par, y con bastante vergüenza. Y quince días después, casualidades de la
vida, todos quieren un botón de Flattr, porque yo lo valgo.
La
diferencia entre un botón de donación directo y
Flattr es como jugar a rojas o negras en la ruleta, o elegir un número
exacto. En el primer caso (Flattr) tenemos muchas posibilidades de que todos
los meses nos caiga algo en la Pedrea. Pero con el botón directo, con el número
exacto, las posibilidades se reducen a un puñadito de incondicionales que igual
ni existen. Oye, a lo mejor es que no lo merecías tanto… o a lo mejor sólo
mereces esos 80 céntimos que te van a tocar cuando alguien fraccione sus
donativos en más pedazos que un cristal roto.
Hace
un tiempo se puso de moda el mecenazgo. Un sistema de precompra del que también
se pueden comentar sus luces y sus sombras. Ahora estamos asistiendo al
nacimiento de otra cosa que, para no seguir llamándole Flattr, que me suena a
pedo, lo llamaría “mendigazgo”.