Mírame, -dice el violinista.- En mis dedos tengo todas las melodías de amor, las que conozco y las que aún no se han inventado; alguna habrá que te sirva, alguna escala tiene que hacerte vibrar el corazón.
El invierno es duro y tocar con los dedos desnudos resulta doloroso. A pesar de ello, mueve el arco arriba y abajo, con el virtuosismo que proporciona el estudio de la música y la experiencia en los asedios al corazón. Ella apenas repara en él, contemplando absorta las aguas congeladas del Volga, donde un sol moribundo juega a desordenar reflejos de cristal. Ya se marcharon las golondrinas. Los palacios de los zares están vacíos, las chimeneas, apagadas. Todo es invierno, pero él sigue tocando para ella, los ojos cerrados, imaginando un mundo que nunca será.
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