Granollers termina a mayor velocidad que el circular de los vehículos en Montmeló, a pocos metros del hotel donde me alojo, cortesía (una más) para el autor que ha perpetrado Civicards.
El viernes tengo el enorme privilegio de ser recogido por Antonio Catalán, que se materializa en el aeropuerto como un tipo de grandes ojos azules y una amabilidad que hace pequeño, si eso es posible, incluso a su alterego ACV. Si el honor no es bastante, te molestas, Antonio, en perder tu tiempo, en el único día que disponías para disfrutar la feria, en enhebrar tu coche a través de las arterias de Barcelona, para que pueda ver algo de la ciudad, de camino a Granollers. Te ocupas de llevarme al hotel y me caen del cielo tres cajas gloriosas, que por descuido olvido pedirte que me firmes. Y sólo te pago tus atenciones con tabaco…; la esperanza de un futuro encuentro me alienta a devolverte como pueda parte de tanta deferencia.
De la cena entre libros recuerdo dos mesas divididas, en cada una de las sillas me hubiera querido sentar un rato para rodearme de toda la gente indispensable que las ocupaban. Me tocó, por cuestiones de protocolo, encabezar una de ellas, y allí, más cerca de Alfred y de Daniel, de Eduardo y Almudena que de otros, consumí la pasta de nombre impronunciable entre risas, conversaciones y la anécdota de un distribuidor de peluquería ciertamente desafortunado en su elección de nombres para la empresa. Luego dicen que hubo Homoludicus a puerta cerrada, pero yo ya dormía a esas horas en una habitación enmoquetada.
El Sábado tocaba aprovechar el tiempo, recorrer los pabellones, tomar una cerveza al fresco de la mañana, visitar
Por la tarde más partidas, y las horas, traidoras, se suman como en un juego de Knizia hasta puntuar ocho en el reloj. Llega la hora de los nervios compartidos con Juan Carlos, autor de esas manzanas por las que hubieran echado a Eva veintidós veces del Paraíso. Flashes, entrevistas, recogida de premios y apretón de manos con el alcalde, un señor con aspecto de vecino amable que invita a la charla y a la confianza. Cuando pasa el momento, con el cerebro aún imaginando en escenas estroboscópicas por la luz de los flashes, cae la tarde, me obliga la chaqueta a vestirse sobre mí y tengo la enorme suerte de compartir cena con el mismísimo Roberto Fraga y esposa, Oriol y Ana, su elegante señora, y Jesús y Sonsoles, los magos que convierten Córdoba, cada Octubre, en un oasis lúdico.
¿Sueñan los autores con editoriales cibernéticas?...
El domingo, sin tiempo para digerir las veinticuatro horas anteriores, toca despedidas. Dejo atrás a Arturo, con su maleta y sus Guerras Civiles, siempre infatigable, y abandono la feria armado con un botellín de agua. En Barcelona me espera Alfred, que me abre las puertas de JugarxJugar, su preciosa tienda junto a
Y sí, he dejado para el final a Oriol. El Joker de todas las barajas, ese pedazo de personaje del que tenemos la suerte de ser contemporáneos y que saca conejos de su chistera a veces, incluso, sin poder evitarlo, porque la magia se le sale por cada poro de su piel.
Qué suerte, Oriol, que aquellas personas que han confiado en ti hayan hecho posible, con su profesionalidad, su dinero y su tiempo, que puedas arrastrarnos al interior de tus sueños. Qué suerte que conozcas a quien conoces y que quien te conoce te comprenda. Dale un abrazo a Enric y a todos aquellos que, con su trabajo y esfuerzo, hicieron que me sintiera TAN a gusto en vuestra Fira, en vuestra Tierra.
[...]Mundos de cartón es uno de esos billetes que arrastra el viento y que de alguna manera ha ido a parar a tus manos. No tiene fecha de caducidad ni estación de destino impresa; tan sólo te permite subir al tren y acompañarme en un viaje donde recorreremos tierras diferentes; paisajes de la mente humana, y territorios lúdicos. Bienvenido a bordo.
sábado, 31 de mayo de 2008
Mi recuerdo de la Fira Jugar por Jugar
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario