sábado, 31 de mayo de 2008

Mi recuerdo de la Fira Jugar por Jugar

Granollers termina a mayor velocidad que el circular de los vehículos en Montmeló, a pocos metros del hotel donde me alojo, cortesía (una más) para el autor que ha perpetrado Civicards.
La Fira anochece para mí por última vez el Sábado, dejando polvo en mis zapatos y muchos recuerdos en un cerebro esponjado por el placer continuo de lo vivido y algunas gotas de más de cava. Ahora llega el momento de resumir, recuperado del lanzamiento como de catapulta que son los viajes en avión, y tras pasar la penitencia de un día de trabajo con la batería baja, como un móvil con demasiado uso.
El viernes tengo el enorme privilegio de ser recogido por Antonio Catalán, que se materializa en el aeropuerto como un tipo de grandes ojos azules y una amabilidad que hace pequeño, si eso es posible, incluso a su alterego ACV. Si el honor no es bastante, te molestas, Antonio, en perder tu tiempo, en el único día que disponías para disfrutar la feria, en enhebrar tu coche a través de las arterias de Barcelona, para que pueda ver algo de la ciudad, de camino a Granollers. Te ocupas de llevarme al hotel y me caen del cielo tres cajas gloriosas, que por descuido olvido pedirte que me firmes. Y sólo te pago tus atenciones con tabaco…; la esperanza de un futuro encuentro me alienta a devolverte como pueda parte de tanta deferencia.
De la cena entre libros recuerdo dos mesas divididas, en cada una de las sillas me hubiera querido sentar un rato para rodearme de toda la gente indispensable que las ocupaban. Me tocó, por cuestiones de protocolo, encabezar una de ellas, y allí, más cerca de Alfred y de Daniel, de Eduardo y Almudena que de otros, consumí la pasta de nombre impronunciable entre risas, conversaciones y la anécdota de un distribuidor de peluquería ciertamente desafortunado en su elección de nombres para la empresa. Luego dicen que hubo Homoludicus a puerta cerrada, pero yo ya dormía a esas horas en una habitación enmoquetada.
El Sábado tocaba aprovechar el tiempo, recorrer los pabellones, tomar una cerveza al fresco de la mañana, visitar la Fira (que no sólo de juegos vive el hombre) y jugar a alguna que otra cosa; por fin conozco a Netello y tengo la suerte de comer con él, con Daniel y con Kokorin, que en pleno siglo XXI se atreve a sumergirnos de nuevo en el laberinto, en una carrera apresurada para encontrar un tesoro escondido. ¡Qué gran juego, y qué “peninsulazo” para pegar en Boulogne y que todos sepan qué hay debajo de los Pirineos! Suerte, genio.
Por la tarde más partidas, y las horas, traidoras, se suman como en un juego de Knizia hasta puntuar ocho en el reloj. Llega la hora de los nervios compartidos con Juan Carlos, autor de esas manzanas por las que hubieran echado a Eva veintidós veces del Paraíso. Flashes, entrevistas, recogida de premios y apretón de manos con el alcalde, un señor con aspecto de vecino amable que invita a la charla y a la confianza. Cuando pasa el momento, con el cerebro aún imaginando en escenas estroboscópicas por la luz de los flashes, cae la tarde, me obliga la chaqueta a vestirse sobre mí y tengo la enorme suerte de compartir cena con el mismísimo Roberto Fraga y esposa, Oriol y Ana, su elegante señora, y Jesús y Sonsoles, los magos que convierten Córdoba, cada Octubre, en un oasis lúdico.
¿Sueñan los autores con editoriales cibernéticas?...
El domingo, sin tiempo para digerir las veinticuatro horas anteriores, toca despedidas. Dejo atrás a Arturo, con su maleta y sus Guerras Civiles, siempre infatigable, y abandono la feria armado con un botellín de agua. En Barcelona me espera Alfred, que me abre las puertas de JugarxJugar, su preciosa tienda junto a la Sagrada Familia. Compartimos unas horas de charla (ojalá pudiera jugar contigo a ese juego de un mes por turno, para disfrutar tanto tiempo de tu compañía) y finalmente, se separan los caminos de cada uno, y el mío me lleva de vuelta a Andalucía, donde el sol, al ponerse, me recuerda una moneda del Caylus. Esta extraña asociación mental me dice que debo descansar. Leo BSK por encima y me duermo.

Y sí, he dejado para el final a Oriol. El Joker de todas las barajas, ese pedazo de personaje del que tenemos la suerte de ser contemporáneos y que saca conejos de su chistera a veces, incluso, sin poder evitarlo, porque la magia se le sale por cada poro de su piel.
Qué suerte, Oriol, que aquellas personas que han confiado en ti hayan hecho posible, con su profesionalidad, su dinero y su tiempo, que puedas arrastrarnos al interior de tus sueños. Qué suerte que conozcas a quien conoces y que quien te conoce te comprenda. Dale un abrazo a Enric y a todos aquellos que, con su trabajo y esfuerzo, hicieron que me sintiera TAN a gusto en vuestra Fira, en vuestra Tierra.

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